9a ETAPA CAMINO DE SANTIAGO DE INVIERNO: DIOMONDI - RODEIRO (33,16 Kms).



29 de Octubre de 2023.

A pesar de la inquietud por ser el único huésped en este antiguo lugar en una  aldea en mitad de la nada azotada por la lluvia toda la noche, he dormido mejor de lo que esperaba. Quizás me he despertado un par de veces para girarme dentro del saco de dormir, y he vuelto la cabeza fugazmente hacia la enorme  ventana para agudizar el oído y asegurarme de que el chaparrón no amaina.  Lo de fugaz era para, por si acaso, mejor no apreciar nada del otro lado del cristal...; Por la puerta entraba la luz de la habitación de al lado, que dejé encendida la luz de lectura de un par de literas para que no fuera todo oscuridad. Y no hay nada más, solo el sonido de la lluvia y yo. 

Ayer me fuí a la cama pensando qué pasaría si en mitad de la noche alguien golpeara la puerta de este solitario albergue pidiendo entrar, tal vez un peregrino al que se le hizo tarde, o alguien pasado de copas una noche de sábado buscando  divertimento. Mejor no pensarlo..., al final son solo aventuras que yo mismo me creo porque en realidad estoy disfrutando la experiencia como algo único y exclusivo.

Cuando ha sonado el despertador ya no llovía, y me parece apreciar desde la cama  que hasta ha salido el sol. Me he levantado animado, me apetece disfrutar de mi desayuno solitario también en este entorno diferente. Atravieso la habitación  contigua apagando luces y me dirijo al baño. Después de asearme, curarme la ampolla y vestirme lo primero que he hecho ha sido  dirigirme  a recepción para abrir la puerta del albergue y descubrir qué paisaje se me presenta. Al abrir la enorme puerta me ha atravesado una ráfaga de aire fresco, y me da los buenos días de domingo un entorno de prado verde y árboles diseminados que ahora sí baña el sol, y que los pájaros disfrutan tanto o más que yo que solo estoy mirando, a tenor del vocerío de trinos que rodea todo.




En la cocina ya dejé preparado ayer lo necesario para mí café con leche caliente de sobre y unos bollos rellenos de chocolate, pero en lugar de sentarme en la cocina he preferido apoyarme en el marco de la puerta para desayunar disfrutando del paisaje y esa placentera sensación del café caliente entre las manos que el contraste de temperatura hace humear hacia mi cara y olfato. Qué poco cuesta ser feliz...

Después de este ratito mío me he apresurado en terminar de organizar la mochila grande, no vayan a pasar temprano a recogerla, que aún tengo que recoger toda la ropa que he dejado desperdigada para que se secase y preparar la mochila pequeña con lo necesario para la etapa de hoy, y por supuesto dejar la habitación tal y como la encontré. He dejado mi compañera de peregrinación en el lugar que Manuel de Bar Mar me indicó, no sin antes asegurarme de haber dejado el importe y la nota con la ubicación de mi próximo destino y mi número de teléfono. Me alejo de mi mochila mirándola con cierta sensación de pena y casi pidiéndole disculpas por no compartir esta etapa con ella, pero va a ser lo mejor aunque me duela.

Llega la hora de abandonar este albergue de lujo que ha sido mi casa por una noche y cerrar el portalón,  después de haber hecho un recorrido rápido por todas las estancias para asegurarme de que no me olvido nada. Ahora sí es momento de hacer fotos del exterior de la Iglesia, declarada Monumento  Nacional en 1931, y el albergue que fue palacio de veraneo de los Obispos de Lugo, con un entorno más amable, sin lluvia y con el sol haciendo esfuerzos por mantenerse. Reparo en las figuras zoomorfas de los capiteles que mencionan las guías, y las dos cabezas de lobos que  protegen la entrada también desde fuera. La advocación de la Iglesia, San Paio de Diomondi, se debe a un joven mártir de origen gallego que fue decapitado en Córdoba en el siglo IX por orden de Abderramán, y en Córdoba se encuentran sus reliquias...

Creo que es aquí, en Diomondi, donde he reparado en los primeros hórreos del Camino de Invierno, en dirección ya hacia el inicio de la bajada a Belesar. Paso de nuevo por delante del cementerio, animado desde temprana horas con la presencia de gente que aprovecha el festivo para adelantar el arreglo anual de las tumbas de sus familiares.









El descenso comienza muy agradable., aunque está siendo de claroscuros porque el sol va y viene, viéndose superado por un conjunto de nubes que se quieren hacer fuertes. En el primer recodo dejamos atrás una casa habitada con un escandaloso perro que no hace caso a la llamada al orden de su dueño que está cortando leña. El paisaje de este descenso es espectacular, y a mí no me ha parecido demasiado dificultoso a pesar de que el terreno ha estado mojándose pocas horas antes. Sí es cierto que no se debe hacer muy rápido y hay que ser precavido, pues la hojarasca oculta piedras de buenas proporciones, y porque los tramos empedrados de la calzada romana pueden resbalar, así que yo los evito. Pero qué bonito se presenta todo, con los árboles vestidos de arriba a abajo de verde musgo cruzando ramas de lado a lado y los llamativos helechos. Imagino que en primavera y verano debe ser increíble con todas esa ramas cubiertas de hojas nuevas. Aún así se mantienen tramos de corredoiras guapísimos. Cuanto más desciendo más se percibe el rumor del agua del río, que si no es el Miño debe ser algún otro que baja ruidoso por estas laderas.










Cuando por fin consigo divisar el Miño en un tramo de ladera despejada me sorprendo para mal, pues el río se presenta con muy bajo nivel de agua y de un color marrón oscuro que me ha decepcionado teniendo en cuenta la cantidad de agua que ha caído estos días atrás y en comparación con el Sil que nos ha acompañado imponente casi todo el camino. Los pantalanes de los barcos de recreo casi se apoyan más sobre la orilla que sobre el agua. Así y todo, el paisaje hace honor a todo lo bonito que se haya podido decir antes de este entorno, y me siento privilegiado de estar en este instante disfrutando de un Camino de Santiago que discurre por semejante recorrido. Efectivamente los verdaderos protagonistas son los infinitos bancales de vides que se extienden  armoniosamente en ambos lados del cauce . 

La verdad es que no me importaría en otra ocasión poder pernoctar aquí si fuese posible, y poder disfrutar de uno de los paseos en barco por el río que ofrecen otra perspectiva diferente y única de la Ribeira Sacra. Cuando he llegado abajo he notado un silencio especial (solo interrumpido por uno que se ha presentado con un vehículo de alta gama ensordecedor para llamar la atención de los pocos  transeúntes que en ese momento habíamos) y una luz plateada se ha dejado caer sobre el paisaje. He percibido olor a vino al pasar por delante de una especie de garage de una vivienda, y casi paro a preguntar, por si las degustaciones...
















Cuando me disponía a cruzar el puente tras tomar las últimas fotos ha comenzado a llover. He titubeado sobre qué dirección  tomar porque había visto a lo lejos el bar del Club Fluvial en la orilla, y no sabía si dirigirme rápido hacia allí y tomar un café mientras amainaba la lluvia, o correr a guarecerme al primer techado disponible para no empaparme tan pronto y poder ponerme la ropa de agua. Opté por la segunda opción porque no veía movimiento en el Club y me parecía que iba a estar cerrado, así que para no  arriesgarme en vano corrí intentando localizar algún saliente bajo el que ponerme. 

Menos mal que el refugio lo hallé en la entrada de un local en alto, con el saliente suficiente para no mojarme y permitirme ponerme el pantalón impermeable y el chubasquero. Este último no me ha dado tiempo a ponérmelo, pues para cuando acabé con el pantalón ya había cesado la lluvia. Qué rabia me da cuando los aguaceros se ponen así de juguetones, ya me ha pasado un montón de veces que aguanto sin ponerme la ropa de agua a ver si escampa y cuando veo que no pinta que vaya a detenerse me pongo la ropa y de pronto para ..., o me resisto a ponerme la capucha, que no me deja escuchar lo que me rodea, y cuando  tengo ya toda la cabeza mojada y decido ponérmela, de pronto para..., y me la vuelvo a quitar, y de pronto arranca de nuevo..., y así una vez tras otra, siendo yo el ovillo de lana que entretiene al gato.

Comienzo a subir de nuevo. Si el descenso fue agradable, la subida lo es por el paisaje que me obliga a girarme cada dos por tres, pero no por el desgaste físico. La subida se produce por un sendero inclinado y empedrado que no lo pone nada fácil recién mojado, y tienes que controlar cómo ubicas la pisada entre piedra y piedra o sobre ellas para no fastidiarte el tobillo. Ya me está pesando haberme puesto el pantalón impermeable, que comienza a calefactar por dentro. Sin embargo, a pesar del esfuerzo cansino debemos reparar en que lo que estamos pisando es historia. Un panel nos explica que durante unos trabajos de mantenimiento realizados en el verano de 2021 sacaron a la luz este tramo empedrado de 490 metros de longitud. 

Curiosamente, este firme tan bien ejecutado se relaciona con una época en la que existía un poder administrativo lo suficientemente fuerte como para ejecutar y mantener estas sendas de piedra que se hacían necesarias para el paso de carros cargados de mercancías. El uso de este camino se remonta a la época romana y se ha mantenido con el paso de los siglos. Un detalle que me encanta es que durante los trabajos arqueológicos se encontró una pequeña venera metálica datada en los siglos XV o XVI que se presupone iba cosida al sombrero o la ropa de un peregrino. Me imagino a ese peregrino caminando por esta misma senda hace más de 500 años, perdiendo aquí su insignia y falleciendo años después sin saber que había sembrado una cápsula del tiempo para que hoy en pleno siglo XXI intentemos ponerle cara a él con la imaginación y podamos datar la vinculación de este empedrado con el Camino de Santiago...













Me sorprende encontrar en la subida accesos a parcelas de casas vecinas, y me pregunto si usan este sacrificado recorrido para bajar a comprar el pan como un paseo cualquiera. Cuando he llegado arriba he parado a descansar sobre un quitamiedos, aprovechando para quitarme el pantalón de agua y guardarlo en la mochila. 

La perspectiva de los bancales de vides desde lo alto hace evidente lo difícil que debe ser el trabajo de cuidado y recolección de la uva  sobre estas laderas aunque la tecnología de hoy en día permita mecanizar algunas tareas, como transportar las espuertas de uvas en un elevador, pero el cultivo y recolección sigue siendo manual y venciendo a la gravedad, lo que ha hecho  que se le llame a esto "viticultura  heroica". El periodo de vendimia se extiende desde mediados de septiembre hasta primeros de octubre, por lo que por muy poco no he sido testigo del trabajo de esta gente que se merece todos mis respetos.






Caminando he llegado hasta la Bodega Vía Romana, en un elegante  edificio cuyo acceso se  encontraba abierto por lo que he entrado para averiguar si era posible tomar una copa de vino  que me venía apeteciendo desde que lo olí allá abajo.  En mi dirección se acercaban una pareja acompañada de otra joven que me ha preguntado en qué podía ayudarme. Cuando le dije que solo pretendía tomar una copa de vino  me dijo que no era posible acceder a la bodega porque estaba cerrada en ese momento y se encontraba ella sola realizando una visita guiada que la pareja había contratado, pero que justo ahora se dirigían a una cata final del recorrido por lo que si quería estaba invitado. ¡Por Dios lo que me ha costado rechazar la amable  invitación!, porque la explicación de los diferentes caldos iba a llevar su tiempo, yo no quería interrumpir la experiencia de la pareja y me quedaba mucho aún para llegar hasta Rodeiro. Me despedí de ellos dándoles las gracias y con un deseo acrecentado de degustar una relajada copa de vino. 

He encontrado la oportunidad de matar el gusanillo un poco más adelante, en Mesón e Adega do Veiga. Cuando accedí a sus instalaciones y llegué hasta la puerta que daba acceso al restaurante que se encuentra en la parte superior, mi deseo se topó de nuevo con la dura realidad: aún se encontraba cerrado. Cabizbajo me disponía a marcharme cuando desde una ventana se ha asomado una señora a preguntarme qué quería, y que al conocer mi apetencia me pidió que volviera hacia la puerta que iba a abrirme para que me tomase esa copa de vino ya que, aunque no estaban abiertos aún, se encontraban trabajando en la cocina. Una vez arriba me sirvió la copa y un platillo con galletas saladas y me invitó a sentarme donde quisiera, lo que hice junto a una cristalera que dejaba ver el fantástico paisaje de vides y de verdes colinas que nos rodea. 

Qué bien sienta la amabilidad de la buena gente, y qué bien sabe todo con ese añadido extra de los acontecimientos inesperados que reconfortan.




Muy a mi pesar no he querido entretenerme demasiado, me inquieta ser consciente del largo camino que me espera, así que me he despedido dando las gracias por haberse tomado la molestia de recibirme en su casa y he continuado caminando. Fuera del mesón se muestra la carta y a tenor de lo que leo va a ser verdad que tengo que hacer una parada larga aquí algún día. Para los interesados, este restaurante solo abre los fines de semana, y entre semana por encargo.

No ha tardado mucho en aparecer de nuevo algo que captara mi atención. En un momento dado el camino nos desvía a la derecha en bajada por un estrecho senderito desde el que se oye rumor de agua, y abajo nos recibe un viejo Molino que a mí, a pesar de su desastroso estado, me ha encantado. Atravesando la desencajada puerta de madera que aún conserva entramos en una estancia descubierta y alfombrada de restos de techumbre y tejas, y en el centro se yergue orgulloso a pesar de las heridas su molino de agua. La viga central ya está torcida, pero te permite hacerte una idea del funcionamiento de esa maquinaria que en tiempos mejores aprovechaba la fuerza del agua que aún corre disponible junto al viejo edificio. Este viejo molino reclama mimos y espera paciente que, más pronto que tarde antes de que le flaqueen las pocas fuerzas que le quedan para mantenerse en pie, tenga cabida en alguna partida presupuestaria que reconozca su valor como patrimonio etnográfico de la zona y lo curen...

El encanto de este bucólico lugar lo completa su Pasal de Agua, que hoy como ayer permite el cruce de peregrinos y vecinos sobre el caudaloso río que baja. Si yo tuviera casa por esta zona, sé dónde vendría a sentarme muchos ratitos solitarios para meditar y empaparme de energía positiva...













A continuación subimos un pequeño tramo para incorporarnos de nuevo a la carretera que abandonamos para llegar al molino. En realidad lo que hemos hecho es un atajo. En adelante continuaremos caminando por paisajes como los de ayer, de verdes prados que se extienden a lo lejos y corredoiras. A la entrada de un empinado ascenso un grupo de personas de  urbanitas en paseos de domingo se entretienen observando y fotografiando vacas. Uno de ellos se percata de este peregrino y he sentido su mirada clavada mientras subía largo rato: creo que ha surgido una nueva vocación y llamada hacia el 
camino...






Me he detenido ante un caño grande de agua que bajaba desde una finca junto al camino, agua limpia y fresca que ha llenado mi botella y ha reconfortado mis oídos, sonidos que me he traído grabados para cuando me encuentre lejos, en mi casa, quiera cerrar los ojos y regresar al camino.





Cuando me acercaba a A Devesa, esta ya se intuía sin ser vista porque se escuchaba las campanas de la Iglesia que tañían a muerto. Es inevitable, con este característico soniquete, imaginarse a la familia que haya sufrido la pérdida de alguien cercano, si fue ayer mientras llovía a cántaros, si fue de noche tras un sábado largo e incierto, si ha sido hoy con la calma de una mañana despejada y en silencio, o si ha sido en la ciudad, lejos del pueblo, y las campanas avisan a todos que regresa un vecino...; Por fin después  de los árboles aparece la Iglesia de San Pedro de Líncora y su cementerio anexo, y como si le molestase mi intrusión en un momento íntimo, cuando me he dispuesto a grabar ha dejado caer su último tañido.


La Iglesia es preciosa por fuera. Una enorme palmera compite en altura con su espadaña de tres campanas, aunque en realidad la complementa. La puerta está cerrada, por lo que me pregunto quién habrá estado tocando la campana instantes antes, no quiero pensar que la mecanización ha llegado hasta aquí...; Paseando por el cementerio me he encontrado con una especie de pequeño habitáculo techado con la puerta abierta que ha llamado mi atención. En su interior, a modo de capilla, una enorme imagen de la Virxe da Saúde, rosarios, velones y ex votos que la gente ha depositado allí cargados de plegarias, rogativas y agradecimientos. Yo he hecho mi pequeña aportación, y he aprovechado para orar y repetir mis intenciones que son las mismas siempre...









Por fin he llegado a Chantada, aunque ya es más de mediodía y eso me preocupa un poco. Se ve movimiento relacionado con el festival que se ha celebrado este fin de semana, de furgonetas cargando material y gente recién levantada sentada al sol en el bar mas cercano abierto para desayunar cerveza. En este bar me he parado yo también para solidarizarme con los resacosos, Tapería adaRosa, donde he repuesto energías en un entorno agradable con un tercio de cerveza fresquita y una tapa de callos y patatas fritas que me ha ofrecido la amable camarera. Vuelvo a pensar que debía haber pernoctado hoy en Chantada, y tendría toda la tarde libre para descansar, pasear y visitar un Restaurante que tenía apuntado en la agenda como imprescindible y que desgraciadamente me ha quedado pendiente: A Cociña de Fon, un local de comida tailandesa que se anunciaba en redes sociales donde quería saborear de nuevo el rico Pad Thai.

No me demoro más en adaRosa, y me encamino de nuevo con la mente puesta en la subida al Monte Faro que aún me espera. Atravieso la localidad reparando en algunos puntos abandonados que requieren mi atención, como un solar en obras de un antiguo pub o discoteca donde quedan restos de la antigua decoración, un enorme edificio cerrado con dos puertas de madera tallada que por lo visto en sus mejores tiempos fue un banco, y otro edificio o local que pareciese un antiguo casino y que lo poco que deja ver ya evoca a la imaginación para trasladarte a otras épocas y ver a la gente arreglada entrando y saliendo. Me encantan los espacios así, degradados, vacíos, en ruinas..., pero que irradian historias. 







Comienzo un ligero ascenso antes de salir de Chantada, pasando por delante de unas instalaciones deportivas que han servido para acoger a gran parte de los asistentes al festival, a la vista de los jóvenes que van saliendo con mochilas, sacos de dormir y tiendas de campaña, y de nuevo salgo a camino rural. El clima ya está empezando a cambiar. El sol se ha quedado en la terraza de la Tapería  adaRosa, y para mi desesperación ha comenzado a llover. 

El camino es un ascenso progresivo, como progresivo ha sido el ritmo de la lluvia y el despertar del viento, que cuando he llegado a Penasillás me empujaba a buscar dónde meterme para no acabar de nuevo empapado. Me he resguardado en un porche techado que he visto en un callejón a mi derecha, que acoge un horno de piedra que imagino sería comunal, pues está abierto a la calle. Allí me he despojado del chubasquero para sacudirlo y ponerlo a secar sobre el muro, mientras aprovechaba para sacar de la mochila el chorizo, el queso y el paquete de picos integrales que me acompañan como dieta base en mi camino, para almorzar a falta de plato caliente. 














En cuanto he visto que la lluvia ha parado un poco me he puesto de nuevo en marcha. Además me siento incómodo aquí parado ya que comienza a hacer frío, frío que se siente más cuando me enfundo el chubasquero húmedo. Al abandonar el porche y caminar unos metros descubro el Bar O Peto haciendo esquina. Ni recordaba que se encontraba aquí, tan obsesionado que voy ya por subir al Monte Faro. Tenía la puerta cerrada con llave y nadie en su interior según podía ver por el cristal, pero he visto un timbre al lado del marco de la puerta y lo he tocado. De inmediato ha salido una chica de una habitación contigua al bar a abrirme, y le he preguntado si había posibilidad de tomar un café caliente. Cuando me ha dicho que sí he soltado un respiro de alivio, pues un café calentito me iba a reanimar por dentro ahora que estaba empezando a coger frío. 

Me he sentado en la barra y le he preguntado sobre la subida al Monte Faro y la Ermita., a la vez que salían de la habitación un par de personas más a interesarse por este peregrino. Me dijeron que iba con el tiempo muy justo de luz para subir y bajar la montaña debido al cambio de hora, pero que no se esperaba demasiada lluvia en adelante, aunque posiblemente sí niebla. Lo de subir a la Ermita eso sí que lo veían demasiado arriesgado. Me comentaron la posibilidad que existe de continuar sin tener que subir al Monte, pero yo me quedé contrariado,  no pasaba por mi cabeza saltarme un hito importante en este camino ni dejar de lado la subida a la Ermita, que se me hacía importante en este camino que hago por mi madre. No me daba miedo subir aunque lloviera o hubiera niebla, lo que sí me preocupaba era la falta de luz ahí arriba o cuando bajase. Me animaron en ese aspecto diciéndome que las aldeas estaban cercas unas de otras y estaban iluminadas y que, en cualquier caso, si se me hacía de noche al bajar del monte, tenía la opción de, una vez pasada la central eléctrica, coger por el arcén de la carretera a la izquierda y en menos de 3 kms llegaría a Rodeiro.

Agradecido por el café y las explicaciones, me he envalentonado y me he puesto de nuevo en marcha con fuerzas renovadas. Quiero subir a buen ritmo para ganar todo el tiempo de luz posible, y allá que voy con la mirada al frente intentando abarcar las distancias. De momento ha dejado de llover, pero sí hace frío y el paisaje se muestra desangelado, desapacible, muy solitario, y la niebla empieza a hacer acto de presencia a mi alrededor. Miento si digo que no estoy nervioso, o que no tengo cierto miedo o respeto subiendo una montaña con la cuenta atrás activada. Y me doy cuenta que el verdadero nerviosismo que siento es por la posibilidad de que no me dé tiempo a subir a la Ermita. Cuando he leído en los grupos de Facebook antes de iniciar este camino la experiencia de otros peregrinos que tuvieron que desistir de acercarse a la Ermita por las inclemencias o que ni siquiera llegaron a subir la montaña, me decía que esto no me podía pasar a mí.








Me he parado a leer lo que ponía en un desgastado cartel enorme detrás de una valla en una finca pegada al camino. Habla de un proyecto de la administración llamado "ENSAIO DE PROCEDENCIA E PROXENIE DE CARBALLO GALEGO (Quercus robur L.). Se trata de una iniciativa promovida por la Fundación Juana de Vega y la Xunta de Galicia para plantar ejemplares seleccionados de Carballo en tres parcelas situadas en  Santa Comba, Trasmiras y aquí en Chantada. A cada una de esas plantaciones se las denomina "colección". Los ejemplares son recolectados seleccionando "landras" ( bellotas) de 11 carballeiras selectas catalogadas en la comunidad gallega ( los nombres de la procedencia de estos de Chantada vienen recogidos en el cartel). Las bellotas son plantadas en dos viveros ubicados en Pontevedra y Lugo, y las plantas que mejor se desarrollan son las que se trasladan a estas parcelas. ¿Y por qué me he interesado por este tema a la simple vista de un desvencijado cartel?: porque soy un enamorado de la palabra Carballo, segundo apellido de mi abuelo materno, y que estoy seguro tiene mucho que ver en que un rastro de ADN gallego corra por mis venas y hoy sea un apasionado de esta tierra que me acoge y me calma.




El ascenso es cansado, quizás más por el ritmo acelerado que llevo para intentar ganar tiempo que por la inclinación del terreno. A partir de ahora ya cuesta ver el paisaje lejano, porque la niebla va cerrando el círculo a mi alrededor, pero lo que tengo delante me sigue pareciendo igual de bonito. Paso junto a un área de descanso con mesas de madera que me hubiese pasado inadvertido si no me hubiese detenido a fotografiar un árbol desnudo de hojas que ha captado mi mirada. La misma atención que ha captado una enorme monolito de piedra a un lado del camino que parece una lápida gigante, con un texto grabado del año 1976 que hoy cuesta mucho leer, por lo que sobre él han colocado una lámina de metacrilato que reproduce el texto en letras blancas.





Se trata de un poema del escritor de origen chantadino Pablo Rubén Eyré, y que una buena amiga ha hecho lo posible en traducirme al castellano para reproducirlo aquí:

Noche en las inmediaciones de Faro
A Uxío Novoneyra

La noche en el Faro es Doña Loba
el cantar de la lechuza chilla muerte
y los tordobiscos trepan de rama en rama.
El "chuschus" de los rabisacos va  y viene y crece
y el viento pega en los robles viejos de los Novas
y pega la lluvia con fuerza contra las hojas.
El tiempo no pasa
los pasos son para atrás
aúlla el lobo!
El lobo es cuco,
fuerte y fiero en la oscuridad 
(Mi sangre es vinagre)
y los mirlos que no paran 
cantan negro en las silvas.
A veces 
las melenas se levantan y se van con la noche
 y las piernas decaen y se van de mí lejos,
el sapo toca...
La noche en el Faro es Doña Loba 
y yo pronto seré de la noche

Pablo Rubén Eyré
1976

El poema me ha tenido pensando un rato, pues parece anticipar lo que me puedo encontrar a partir de aquí, pero sobre todo, quien me iba a decir que la última frase sería aplicable a mí mismo poco después: "y yo pronto seré de la noche".




Ha comenzado a llover y aprieto el paso. Ha habido un momento en la subida en que he sentido como si me dolieran ambos muslos de las piernas, quizás demasiado cargados, o quizás es que camino ya sugestionado. Sea lo que fuere ya no hay vuelta atrás, debo seguir adelante, pero también debo bajar el ritmo. Me he parado un momento a descansar, y este momento me ha permitido ser consciente de la inmensidad del lugar, del momento, de la soledad, del viento, de la lluvia... "acojonante" sí, pero también muy bello...




Arranco de nuevo, me doy cuenta de que la luz se va apagando por momentos, y aún no estoy arriba del todo. Cada vez que gira el sendero agudizó la vista buscando el acceso a la izquierda hacia el Vía Crucis que lleva a la Ermita, pero no lo veo, y avanzo, y no lo veo, y aumenta la niebla, y me parece que o se está yendo la luz a paso ligero o el cielo se está encapotando de mala manera .

Y por fin ha aparecido la primera cruz que me ha revelado que ya estaba ante los peldaños que dan acceso al sendero que sube a la Ermita. Y aquí me presento mirando arriba derrotado, porque sé que no debo subir...Con las manos sujetando los bastones y paralizado, queriendo subir, porque lo debía, porque arriba debía dejar una petición importante, pero asustado ante la posibilidad de hacer caso omiso a la razón y arriesgarme a verme allí arriba cubierto de niebla y de noche. Y entonces he tomado una decisión muy dolorosa por inesperada, no iba a subir hasta la Ermita , y en su defecto iba a terminar de subir a paso ligero la montaña para hacer lo propio en la bajada, porque la niebla se está imponiendo. He orado mirando hacia arriba, mientras intentaba autoconvencerme de que estaba haciendo lo correcto, intentando justificarme con la excusa de que no iba a poder ver nada, de que iba  a tener que hacer una visita muy rápida solo para orar, porque el final de la cuenta atrás se me echaba encima. Pero era en vano, porque por encima de todo me pesaba el delito autoimpuesto de un incumplimiento, y me he girado de nuevo hacia el camino llorando a lágrima viva. Y no me importa reconocerlo, he llorado lo que hacía tiempo que no lloraba, con una pena e impotencia que me recorría todo el cuerpo.





Cuando por fin llegué a la curva que imaginariamente marca la cumbre para comenzar a bajar, e intuía al otro lado el sendero de subida hacia la Ermita,  he gritado a la Virgen de Faro montaña arriba, lanzándole una petición que lleva aparejada la promesa de que, se cumpliera o no, algún día volvería aquí arriba para terminar lo que hoy no pude.

Parece que a este lado ya se lo ha comido la niebla. He llegado a la altura del parque eólico, pero lo sé únicamente porque oigo sobre mí ese característico sonido de las palas  que parece una soga  girando al viento a gran velocidad, pero en realidad no veo los aerogeneradores. A mi derecha oigo una cascada de agua, y me acerco por si se trata de otro de los lugares que no quiero dejar pasar, una fuente muy especial y popular.




El sonido de los aerogeneradores sin verlos es muy inquietante, es como si oyeras algo que te va a caer en la cabeza pero no sabes por dónde viene. Miro a lo lejos, buscando una luz, intentando escuchar un coche que sube..., pero no, estoy solo aquí arriba. 

Por fin he divisado junto al camino la pasarela de madera característica del acceso a la fuente que no quería dejar de visitar: la Fonte dos Meniños. Se dice que el agua de esta fuente tiene propiedades curativas, y que antiguamente los vecinos utilizaban sus aguas para curar a los niños y bebés de una enfermedad llamada "engandiño" que provocaba que los niños cruzarán las piernas constantemente, lo que les impedía caminar. 

Supuestamente el ritual curativo debía hacerse de noche, colocándose una vela sobre las dos piedras que ubicaban la fuente. Después dos mujeres tenían que pasar al niño por debajo del agua pronunciando una especie de rogativa. Si las velas permanecían encendidas, el niño se curaría, de lo contrario moriría. La ropa del niño se debía abandonar en el lugar, junto a alguna ofrenda en forma de dinero o comida , y se completaba el ritual pasando el niño después por el hueco de un roble partido por la mitad. Un ritual bastante laborioso, y me imagino la desazón y el llanto de esos padres que llegaban aquí con fé y a los que las velas avisaban apagándose de que su  hijo estaba destinado a morir y el ritual era en vano.

Las escaleras y  pasarela de madera están bastante húmedas y resbalan por lo que hay que tener precaución al caminar por ellas. Yo no sé realmente si he llegado a la fuente, porque no he localizado entre la poca luz y la espesura de los helechos ninguna construcción que la identificará, pero sí veía el agua correr bajo mis piés por lo que supuse que se trataba de un manantial, y allí metí como pude mi botella para llevarme un poco de este agua al que el saber popular atribuye propiedades milagrosas.



Cuando he reanudado la marcha tenía asumido ya que la noche se haría conmigo. Aumento la velocidad con la ayuda de la cuesta abajo que me lo pone más fácil.  De vez en cuando me sobresalta un crujido enorme que proviene de las palas de algún aerogenerador, diferenciándose de la monotonía de ese sonido de las palas cortando el viento que a veces se te mete en la sesera como si se te taponaran los oídos. La verdad es que la escena impone , sobre todo cuando alguno se deja ver entre la niebla de forma tenebrosa y me aparece tan cerca. Las últimas fotos las tengo que hacer ya en modo noche para poder captar lo que quiero con el mínimo de luz posible. Y es aquí cuando me ha recorrido un escalofrío de arriba a abajo cuando en un giro bromista de mi mente he caído en la cuenta de que no había introducido en mi mochila pequeña la linterna frontal, que debía encontrarse ya en Rodeiro. No es que fuera un olvido, sino que no esperaba que se me fuese a hacer de noche.  Esto significaba que el único recurso con el que contaba era mi teléfono móvil y su linterna. Menos mal que desde que inicié el camino en Ponferrada lo traigo en modo ahorro de batería y con el fondo oscuro, algo que aconsejo a todo el mundo para alargar la vida de la batería en nuestras etapas. Así y todo, debo usar la linterna lo justo y necesario porque desconozco el uso que esta hace de la batería. 






Y finalmente se me hizo de noche. Para cuando llegué a la central eléctrica con la desilusión de pensar que esas luces que veía acercándose serían de una aldea habitada y no de una solitaria parcela llena de transformadores, la oscuridad ya se había hecho espesa. La buena noticia es que había superado el Monte  Faro,  gracias a Dios, pero aún me quedaba un largo tramo hasta Rodeiro que iba a tener que realizar en total oscuridad. Pasada la central llego como a una especie de rotonda, y busco en penumbra el mojón del camino que me indique por dónde debo continuar. Me animo un poco cuando cruzo por el puente la autovía CG 2.1 y veo la actividad de los coches que van y vienen, ya que de alguna manera ya no me siento aislado. Entiendo que es aquí donde los que lo deseen pueden continuar por la carretera PO- 533 hacia la izquierda para llegar antes a Rodeiro, pero yo ni me lo he planteado. Puedo saltarme si es necesario algún lugar o hito especial de paso mientras camino, pasándolo a mi bolsa de "pendientes", pero lo que no voy a hacer nunca es cortar camino si no es estrictamente imprescindible o urgente, por lo tanto debo lidiar con lo que queda hasta Rodeiro. Además ni siquiera me parece seguro caminar a oscuras por el arcén de la carretera, lloviendo y con niebla sin  la linterna frontal que me ubiqué con su luz roja.




Lo que sí me sorprende es que, a pesar de lo que me dijeron en el Bar O Peto, el camino se vuelve a introducir en total oscuridad, y yo pensaba que se trataría de pequeñas carreteras comarcales entre poblaciones con alguna iluminación. Intento seguir avanzando sin necesidad de hacer uso de la linterna para no mojar mi sufrido teléfono móvil con la lluvia. Cuando me encuentro con una bifurcación localizo el mojón que señaliza la dirección, pero tengo que pegar casi mi cara a él para distinguir la flecha que indica a la izquierda. A lo lejos veo pequeñas agrupaciones de luces y me imagino que hacia alguna de ellas me dirigirá el camino. En la oscuridad afino al máximo la vista mirando al suelo para intentar adivinar por dónde piso, y el oído escuchando la única compañía que tengo ahora, el sonido de la lluvia ametrallando mi chubasquero y las botas hundiéndose en la gravilla húmeda.

Con este panorama no me queda otra que concentrarme en mis pasos y mis pensamientos, y en esas estaba cuando me he llevado un susto de muerte: en un principio por el alboroto inicial pensaba que se trataba de una rama de árbol que caía, pero un fuerte aleteo me hizo suponer que se trataba de algún ave enorme que ha despegado (o aterrizado) a mi paso desde la rama donde estuviese ubicado atravesando toda la copa del árbol y llevándose todas las ramas por delante, formando con ello un estruendo invisible en ese momento de oscuridad que a mí me ha provocado taquicardia...; desde entonces enciendo la linterna del móvil y lo alterno con la consulta al GPS de la App Buen Camino, porque me cuesta identificar los mojones.

Ya desde antes de descender a Vilanova de Camba se escuchan los perros delatando mi acercamiento. Me he parado en una fuente justo a la entrada para terminar de rellenar  la botella de agua, y casi me he sentido incómodo al detenerme por el ladrerío formado que alertaba al vecindario. De todos modos no ha salido nadie, ni hay nadie..., y el pueblo se cruza rápido. De nuevo vuelvo a dejar atrás las luces y regreso a la oscuridad. La lluvia hace acto de presencia de forma intermitente, a veces se detiene y a veces comienza a soltar una ráfaga larga de goterones gordos. Eso ya no me importa, porque a estas alturas llevo bastante tiempo empapado, incluido el interior de las botas. Paso junto a un cruceiro y la Iglesia de San Juan de Camba con su cementerio anexo, y me fijo curioso en las diminutas luces de desperdigados velones rojos que titilan sobre las tumbas y que cobran mayor protagonismo si cabe en la noche, una costumbre que he descubierto en Galicia imagino que por la cercana festividad del 1 de noviembre. En cierto modo esta costumbre, aunque en soledad y de noche pueda parecer tétrica, hace a los cementerios más amables.




La última foto la he dedicado a un mojón gigante a pie de camino con una placa conmemorativa en recuerdo de la aprobación de la normativa que reconoció al Camino de Invierno como ruta de peregrinación a Santiago de Compostela. Desde aquí, con lluvia constante, ha sido un no parar raudo y veloz hasta Rodeiro, salvando como podía charcos, enormes surcos y barro, agudizando el oído para ubicar regajos y plantaciones altas que hace vibrar el viento, y el olfato para saber que me rodean la humedad y la nieblina fresca.

En A Feira, donde me ha costado seguir la señalización para salir del pueblo, lastimosamente he tenido que dejar atrás el Bar O Recanto (que estaba abierto) a pesar del hambre que llevaba y las ganas de un plato caliente, pero no podía perder más tiempo lejos del final en estas circunstancias. Definitivamente tengo una deuda pendiente con toda esta parte de la etapa que va desde Chantada a Rodeiro para hacerla pausadamente y con vistas, un objetivo pendiente enorme que pasa a la bolsa para cumplir algún día.

Y así llegué por fin a Rodeiro, que me recibía completamente vacía, normal en una desapacible noche de domingo. De hecho no me he topado con nadie desde la entrada al pueblo hasta el albergue, donde me dirijo GPS en mano y con la sensación de tranquilidad que te da recordar lo que has dejado atrás en este larguísimo día.  Paso por delante del cuartel de la Guardia Civil, lo único que me aparece con vida en toda esta calle que asciende, y por fin girando a la derecha en la esquina aparece el Albergue Hostal  Carpinteiras, a donde he llegado a las 21:00 de la noche 

La cafetería que se encuentra debajo está cerrada pero sin embargo tiene las luces encendidas. Y también  me encuentro cerrada la entrada al albergue Me sorprende porque tampoco es tan tarde, y me extraña que teniendo reserva confirmada con tarjeta de crédito vía Booking no se hayan puesto en contacto conmigo si les parecía demasiado tarde o para darme instrucciones  de cómo proceder a la llegada, como hacen la mayoría de albergues privados. Toco el portero electrónico, pero nadie contesta, hasta que veo a través del cristal un señor mayor caminando por el interior del bar, y llamo su atención golpeando la puerta. Cuando me abre, le indico que tengo una reserva, y tras lanzarme una mirada que siento como si me  hubiesen perdonado la vida, comienza a llamar insistente al portero electrónico, donde tampoco a él le contestan. Pasa entonces al "Plan B", y voz en grito escaleras arriba comienza a llamar a una señora que por fin responde cuestionándole también gritando su insistencia: "¡que aquí hay uno que dice que tiene reserva! " le responde el señor mientras yo miraba mi enorme mochila que llevaba esperando mi llegada todo el día al pié de la escalera y me decía a mí mismo "a lo mejor este uno que dice que tiene reserva es el dueño de la mochila que ha llegado esta mañana..."

Por la escalera baja una señora mayor menuda y muy seria a la que dedico un "hola" sin respuesta, y que pasa directamente a hacerme el check-in abriendo una libretilla donde tenían anotado a mano mi nombre y el importe a cobrar. Comienza entonces el señor a echarme un rapapolvo: "que no son horas...". He intentado hacerme entender contándole que venía desde Diomondi y las peripecias de mi etapa de hoy, y sin empatía alguna me suelta dictando sentencia "los peregrinos lo que tenéis que hacer es etapas mas cortas". Le espeto entonces que como seguramente sabe, en Chantada ha habido un festival de rock este fin de semana que tenía ocupados todos los alojamientos, y vuelve a echarme una mirada de "qué hago yo perdiendo mi tiempo  contigo" acompañado de un suspiro de esos en los que el  trasfondo deja escapar un gruñido. 

Cuando les he preguntado "¿dónde podría cenar?", la señora se lo ha tomado como algo personal o estaba deseando hablar y me ha dicho "¡¡¡eeeeeeeso sí que no!!!, ¡la cocina está cerrada, si quieres puede ir a  Casa Sánchez,! ¡a Casa Sánchez.! o aquí a la vuelta que hay otro bar abierto" . Y yo seguía pensando para mis adentros que por nada del mundo la iba a poner en la tesitura de ofrecerme un bocadillo a pesar de que entre la recepción y el bar abierto a su espalda solo los separa una puerta, sino que me conformo con que me oriente dónde me puedo comer un menú caliente...

Finalizado este recibimiento de cálida acogida, fraternidad y simpatía y tras darme el código de la entrada como si me estuvieran revelando el secreto de que la llave se encuentra debajo de la alfombra y que no se entere nadie...,  me indican que suba las escaleras y que el albergue está en la primera puerta a la izquierda, a donde me dirijo solito y encendiendo luces yo mismo, pues soy el único huésped. Detrás mía apareció al cabo de unos minutos la señora para darme el paquetito de las sábanas desechables que se le había olvidado, y eso sí, recordarme que la cafetería abre a las 7:00. 

Aquí arriba estuve el tiempo justo para elegir cama, usar el aseo y volver a salir para buscar el primer restaurante abierto. Al pie de la escalera me esperaba el señor mirando escaleras arriba con la misma expresión de pocos amigos en la cara, para recordarme de nuevo el código de la entrada y explicarme dónde estaba el restaurante a la vuelta de la esquina. Viendo que sus instrucciones coinciden con el recorrido que he hecho para llegar al albergue le hice saber que ahí no había ningún restaurante abierto, y seguía insistiendo en sus indicaciones como si tuviera delante al peregrino torpe del día. Él se refería al  Mesón Cabalos do Faro, que efectivamente, si estuvo abierto, ya se encontraba cerrado. Y allí lo dejé con sus aspavientos, dirigiéndome de nuevo GPS en mano a buscar el Restaurante Casa Sánchez bajo la lluvia, rogando que estuviese abierto pars comerme lo que le quede de caldo gallego, pero lamentablemente también estaba cerrado. La única oportunidad disponible estaba en  un local que parecía iluminado y abierto en una calle perpendicular a la de la Guardia Civil. Se trataba del Bar Gallaecia, donde el señor que lo atendía no me podía ofrecer un menú, pero amablemente me ofreció lo que pudo, una deliciosa tortilla de patatas casera de la que repetí dos enormes trozos con pan gallego , una cerveza y un café cortado. Con él estuve charlando un rato sobre lo difícil de esta etapa, y me regaló un par de periódicos para meter papel en mis empapadas botas.

Con mejor ánimo regresé al albergue, para darme una buena ducha de agua caliente. La ampolla del pié se me ha hecho más grande, normal con el palizón que le he metido y la humedad acumulada  en las botas. Tras curarme y arrasar con todos los bollos de chocolate que me quedaban en la mochila, me he enroscado en la cama bajo dos edredones y mi saco de dormir (de calefacción o calefactor ni hablamos) para escuchar llover y revisar un rato las redes sociales. 

Queda claro que este es un albergue al que yo no voy a volver. No por las instalaciones, que son perfectas, cómodas y en muy buen estado de mantenimiento, sino por el trato tan incómodo y frío después de un largo y complicado día, el peor de los días. Yo no soy persona que necesite muchas comodidades en los alojamientos, me conformo con un lugar limpio y con agua caliente, pero cuando has conocido lugares  con más o menos recursos donde se han esforzado de principio a fin e incluso antes de llegar por hacer tu estancia agradable y donde la amabilidad, la sonrisa y el hacerte sentir la razón de ser del alojamiento reemplazan cualquier carencia, cuesta guardar silencio y poner lugares como este albergue a la misma altura. El Albergue Hostal Carpinteiras es un buen alojamiento que se ha esmerado en customizarlo todo a la vista con vinilos y motivos jacobeos para crear el reclamo al peregrino, pero al final es solo eso, un buen contenedor que acoge el negocio perfecto con pésimos anfitriones.

¡Qué largo ha sido este día madre mía!, pero como dicen en mi tierra, "que me quiten lo bailao". Mañana me espera una etapa más normalita de casi 22 km hasta Lalín. A la agria sensación de este final de etapa de hoy se unen ahora los primeros nervios al darme cuenta de que solo me quedan cuatro etapas para terminar este camino, y aunque mirando atrás Ponferrada me parece que quedó muy lejos, mirando hacia delante me parece una vez más que todo pasa demasiado rápido. Solo me tranquiliza recordar que cuando llegue a Santiago, aún me queda a continuación un nuevo camino hacia Muxia y Fisterra...

Buen Camino!


INFORMACIÓN PRÁCTICA Y ENLACES:


A Ermida - Belesar (Chantada)
+34982462069
+34683504509

A Ermida - Ctra. Belesar s/n
+34657805731

Rúa do Curro, 1 (Chantada)
+34982440299

Calle B, 10 bajo (Rodeiro)
+34678720444






App de seguridad ciudadana de la Policía y la Guardia Civil. Canal discreto y eficaz para solicitar ayuda de las fuerzas de seguridad ante cualquier hecho del que seas víctima o testigo. Entre sus principales funcionalidades destacan: 

Chat: contacta a través del chat, envía fotos y vídeos y obtendrás una respuesta inmediata desde el centro de Policía o Guardia Civil más cercano a tu posición.

Botón SOS: protección reforzada para colectivos vulnerables. Envía una alerta urgente al centro policial más cercano junto con tu posición y una grabación de audio de 10 segundos de lo que está pasando.

Guardián: comparte tu posición con los tuyos o con los servicios de rescate. Tu posición será enviada periódicamente para que puedas ser localizado rápidamente en caso de incidente.

Avisos localizados: recibirás un aviso en tu móvil si hay una emergencia de seguridad en la zona en la que te encuentras.

Acceso universal: adaptada a personas sordas e invidentes. Incorpora un traductor automático para poder comunicarte con las FFCCSE en más de 100 idiomas.







 

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