11a ETAPA CAMINO DE SANTIAGO DE INVIERNO: LALÍN - SILLEDA (15,62 Kms).
31 de Octubre de 2023
Cuando me he despertado esta mañana estaba derrotado, sentía como si me doliera todo el cuerpo, incluida la cabeza. Creo que me ha sentado mal la calefacción puesta toda la noche, o el vino y los licores de ayer junto a los antiinflamatorios para el dolor del tobillo me han dejado resacoso perdido. He decidido dejarme mimar por las sábanas de esta cama de matrimonio y levantarme tarde, aunque en realidad en estas ocasiones estás con media persona dormida y la otra media alerta ante todos los estímulos de alrededor. He escuchado a todos y cada uno de los demás huéspedes abandonar sus habitaciones y dejar las llaves sobre la mesita que hay junto a mi puerta, que es la más cercana a la salida del hostal.
Finalmente he decidido ponerme e pié, o mejor dicho, sentarme al borde de la cama, aún perezoso, intentando hacer un repaso de la situación del tendón y el tobillo de mi pié derecho, que continúa doliendo. Creo que para que la inflamación baje necesitaría al menos un día de descanso y sin moverme, pero eso no va a suceder...
Una vez incorporado la primera intención es la de mirar por la ventana y ver cómo amanece el día, que para mi alegría parece que no llueve y que incluso va a salir al sol, que aún está regateando con algunas nubes el pase para brillar un rato.
Una vez aseado, curadas las ampollas, vestido con ropa limpia y ordenada la mochila, dejo las llaves de mi habitación junto a las de los demás huéspedes y me encamino escalera abajo para abandonar el Hostal Caracas. Me pregunto si los demás huéspedes serían también peregrinos, pues ayer solo coincidí con uno poco hablador en la cocina cuando llegué, y que se quedaba en Lalín para acudir a una entrevista de trabajo. Saliendo del hostal comienzo a lamentarme de mi tobillo y lo larga que se me va a hacer la etapa, pues me hace daño. No es un dolor inmovilizante, pero sí muy molesto y marca el ritmo. Intento aliviarme pensando que a lo mejor cuando ya lleve un rato caminando y entre en calor, todo ruede mejor.
Me he detenido pronto, en una cafetería al otro lado de la calle, Bar Tío Manolo, donde he disfrutado de mis habituales tostadas de tomate y café con leche, primer aporte de energía para afrontar la etapa de hoy hasta Silleda.
Camino calle abajo la N-525 sabedor de que hoy me siento raro, y no ayudan el dolor del tendón y la ampolla a la pisada, pero es lo que hay...; Lo único que realmente me molesta de estas situaciones es que todo mi alrededor se me hace gris cuando tengo mal cuerpo, y no lo disfruto. Y así he llegado de nuevo al Paseo Fluvial junto al Río Pontiñas, donde me sumerjo otra vez en el camino con todos los sentidos abiertos para distraerme y cambiar el chip.
El recorrido ayuda, a base de senderos peatonales y arbolado que encauzan el camino en un extraordinario entorno rural aún en el extrarradio de la ciudad, y que irradian la frescura y el aroma que les ha aportado la lluvia caída durante la noche, acompañados además por el rumor del río. No hay un sendero único en este paseo fluvial y a veces hay que estar alerta para localizar las pequeñas flechas amarillas que nos lleven por el camino correcto. Mientras nos cruzaremos con vecinos paseantes y deportistas que sacan partido a esta oportunidad verde tan cerquita de casa.
La pena es que este precioso tramo a la salida de Lalín no nos encarrila ya por la naturaleza que tanto nos gusta, sino que desemboca en un área bastante más fea, urbana y de naves industriales pertenecientes al Polígono Lalín 2000 . El camino se hace extraño, direccionado por la parte trasera de un gran hotel y cruzando un trozo de pradera verde anexo al mismo en el que llegas a dudar de si no te habrás perdido...; Una vez cruzada la pradera presta atención, porque salimos a una carretera y los coches aparcados obstaculizan la visión del mojón ubicado en frente.
La parte amable de este feo tramo han sido dos hitos muy cercanos uno del otro. Por un lado un trozo de sendero verde junto a una nave en el que vive una familia de conejos que deben estar muy acostumbrados a ver pasar gente por este trozo de camino, o simplemente son así de vacilones y te hacen creer que vas a poder pasar a su lado casi tocándolos, para desaparecer de inmediato en el follaje contiguo y volver a salir a mitad del camino en cuanto hayas pasado de largo.
Y el segundo hito ha sido encontrarme con un triste mojón del camino apartado de este y castigado tras la cerca de una empresa de tractores. Parece haber sido arrancado por algún motivo, bien por accidente, bien porque estorbara a la empresa que lo expone al otro lado de la valla para suplir de algún modo la señalización arrancada, o bien por obras provisionales en el camino. El caso es que ahí está el pobre como un perro fiel que ha sido abandonado en la perrera municipal y al que le han robado su plaquita identificativa, viendo pasar peregrinos tras la malla soldada y confiando en que, como yo, otros caminantes se percaten de su presencia y le den el protagonismo y utilidad que se merece.
En A Laxe pasamos junto al Albergue Público de la Xunta que debemos rodear. Intenté abrir la puerta por si estuviese abierto y pudiese sellar la credencial, pero no había nadie en ese momento. En este punto el Camino de Invierno desemboca en el Camino Sanabrés, y me he detenido un instante para ver si escuchaba llegar por esas estrechas calles algún peregrino que quizás viniera de hacer la Vía de la Plata, o que comenzó su periplo en Granja de la Moreruela...; pero el silencio en ese momento se hizo eterno, agudizando cierto pensamiento triste al saber que aunque el camino continúa, aquel que empezaste en Ponferrada ha finalizado en una transición invisible que aquí se ubica en alguna parte.
El chirimiri se ha puesto más intenso, y me he detenido en Bendoiro ante el Restaurante María José al otro lado de la carretera esperando un momento en el que el continuo tráfico me permitiera cruzar. Y allí que entré para tomarme un café con leche bien calentito y una napolitana de chocolate (que el aroma a guisos que llegaban de la cocina me abrieron el apetito) y entretenido con las conversaciones y transacciones entre la camarera y un técnico de la máquina tragaperras.
Algo más animado y sugestionado por el sol que comenzaba de nuevo a asomar, volví a echarme al camino para comenzar a disfrutar, ahora sí, del campo, la naturaleza y el paisaje costumbrista.
Pronto me he encontrado ante la bajada al Pazo de Bendoiro, en un desvío a la izquierda señalizado. He titubeado un poco a la hora de decidir si bajar la cuesta hasta el Pazo para tener que volverla a subir después, no por pereza, sino por el dolor del tobillo. Pero me pudo la curiosidad y el hecho de haber leído de que si lo visitas te lo pueden mostrar, además de sellarte la credencial.
El Pazo es hoy día un hotel rural y restaurante enclavado en una edificación del siglo XVI que perteneció a la familia de los Taboada. Su origen estuvo en la Capilla de San Antonio de Xubín. Me encantó la cuidada decoración de la entrada principal en un lugar tan apartado, con guiños a la noche de Halloween a la que quedaban pocas horas para celebrarse. Cuando entré mis ganas de pasear por el recinto se aplacaron ante la profusión de mobiliario antiguo y decoración distinguida. Me he sentido incómodo en un lugar así con mi atuendo y mochila de peregrino, y en la recepción no había nadie en ese instante, así que me di media vuelta para tomar alguna foto y regresar a mi camino.
Regreso al sendero principal, acompañando a mis pensamientos el ruido de fondo de la música a todo volumen y el griterío infantil típico de un patio de recreo que se amplifica colina arriba, imagino que de algún colegio cercano situado entre las edificaciones que se divisan a lo lejos. De pronto me vienen a la cabeza esas celebraciones en mi colegio en fechas especiales en los que el recreo era una fiesta, en los que se exponían los "trabajos manuales" preparados días antes dedicados a la efeméride que fuese, se exhibían coros desafinados y a lo mejor hasta tocaba disfrazarse. Todo ello con los abnegados padres (más madres que padres) de espectadores, y cabecitas alzadas en frente "fichando" con la mirada que tu progenitor tuviese la atención plena puesta en tu persona en lugar de charlar con la vecina que ha coincidido al lado.
De paso me he acordado de Doña Gado, una señora ya mayor que nos enseñó la Oración de la Santa Cruz en una entonación y ritmo que no he olvidado jamás y que debíamos repetir en clase a viva voz y de pie cada mañana antes de comenzar. Profesora que tenía la fea y dolorosa costumbre de castigarnos tirándonos de las patillas. Aún recuerdo su voz, su pelo corto, su mirada felina, y su caminar especial con unas largas botas de cuero marrón.
Me acordé también de Don Isidro y su regla de madera a la que llamaba "la cariñosa", que usaba golpeándonos en un movimiento rápido y terrorífico la palma de la mano, no para disuadirte de tu mala conducta, sino cada vez que fallabas en una pregunta o ejercicio. Sin embargo según avanzaba en la E.G.B. mi relación con él fue cambiando al permitirme participar en los talleres de marquetería por la tarde que tanto me gustaban.
No todos tuvieron una impronta negativa en los recuerdos de esa época. Estaba también Doña Paula, profesora de Lenguaje e Inglés, muy correcta y disciplinada también, pero muy hábil para pulir habilidades y motivarte. Con ella gané el primer premio de mi vida en un concurso escolar de Educación Vial organizado por el Ayuntamiento de Sevilla con mi primer y currado trabajo escrito. Hasta hace pocos años aún conservaba ese diploma azul y amarillo, aunque muy deteriorado. Creo que acabé deshaciéndome de él haciendo hueco a todo lo que me traje de Mallorca cuando regresé a Sevilla en 2019.
Y también estaba Don Jose Carlos, que solo nos acompañó un curso académico, un profesor joven, con barba, guapo..., que gustaba a todas las niñas de la clase, y que organizaba concursos de lectura que premiaba regalando ejemplares que compraba con su propio sueldo. Con él gané un precioso ejemplar de "Simbad el Marino" que si mi sobrino nieto Rodrigo no ha destrozado después de regalárselo a él, aún debe de permanecer con vida. Es el único profesor del que conservo una foto, y con él de toda mi clase, de una visita a la Plaza de España de Sevilla en la que nos fotografiamos con su propia cámara, pudiendo luego cada alumno adquirir una copia de la instantánea:
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De todos ellos, soy el único que se lleva la mano a la frente porque no veía con el sol. |
Se desvaneció la película de mis recuerdos saliendo de Prado, cuando puse mi atención en un charco de agua en el camino que burbujeaba. Cómo sería la cantidad de agua que había caído estos días pasados que un manantial se habría activado en este preciso lugar, y el agua brotaba del suelo en mitad del camino. Regresar al momento presente me permitió de nuevo ser consciente del precioso entorno que me rodeaba, y de lo agradable que estaba resultando la etapa.
El castillo encantado, como en todo mágico bosque que se precie, tiene su puente infranqueable custodiado por un ogro gigante que habita bajo este y que no todos podemos ver, pero solo así se entiende la altura y profundidad de su arco de medio punto. Se trata del Ponte Taboada, un bello puente románico del siglo X casi mimetizado con el húmedo entorno de piedra y musgo, reservado hoy día casi exclusivamente para los peregrinos de la Vía de La Plata, pero que en su memoria pétrea guarda el paso de personas de toda clase y condición desde hace siglos. Se cree que se construyó para reemplazar a otros puentes de madera existentes con anterioridad, y que de ahí pudo originarse su nombre ("Pons Tabulata" en latín). Me ha costado sobremanera encontrar la posición desde la que poder hacerle una buena fotografía de toda su envergadura y preciosa estampa, pareciendo que el bosque lo quiere proteger así de agentes externos, publicidad desaforada o visitantes no deseados.
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