RECOGERÁS LO QUE SIEMBRAS

 

En agosto de 2020, despertando todos de la agonía de la pandemia y volviendo a reencontrarnos con la calle tras el confinamiento, decidí que en cuanto las circunstancias fueran propicias me enbarcaría en mi segundo Camino de Santiago. Se me hacía más necesario que nunca poder viajar, zambullirme en la naturaleza, desperezarme de las paredes de mi casa y resetear mi cabeza. Este segundo camino iba a ser el Portugués Central, pero una cancelación de Ryanair de todos los vuelos a Oporto desde Sevilla, y temiendo que las aerolíneas tuvieran información de primera mano sobre un posible segundo confinamiento que cerrara de nuevo las fronteras, opté por cambiar mi rumbo y mirar hacia el Camino Inglés desde Ferrol. Si pasaba algo al menos me pillaría en territorio nacional y de alguna manera podría volver a casa.

Como comentado, este camino se me hacía muy necesario, necesitaba respirar. Aunque gracias a Dios en mi casa el COVID no pasó, restringir la convivencia a las paredes de mi casa se hizo muy difícil, pero sobre todo y con toda la impotencia del mundo, veía cómo afectaba a mi madre.  Padece Alzheimer en estado inicial, y el confinamiento se cebó con ella como con toda la población con salud mental. Hasta antes del estado de alarma, ella era capaz de hacer casi todo por sí misma: levantarse por la mañana cuando mi hermana la llamaba al móvil y la despertaba, lavarse, arreglarse, prepararse el desayuno, tomarse sus pastillas, coger sus llaves, cerrar la puerta de casa y marcharse al Centro de Terapias Cognitivas que por entonces tenía sede en nuestra urbanización. 

La falta de preparación de las instituciones y de todos ante una pandemia que jamás habíamos vivido, incluía la no existencia de un Plan B para estas personas que debían prescindir del necesario contacto social, talleres, consultas médicas, y casi hasta a quién preguntar...; Yo hice todo lo posible por suplir las carencias mientras estábamos encerrados, con manualidades que hicieran trabajar su mente y que hoy llenan las paredes de casa, con clases de gimnasia para mayores en un gimnasio improvisado en el salón con la ayuda de vídeos de YouTube, con jaleo diario en la cocina..., pero aun así el daño estaba hecho.  A esto se unió mi miedo al vacío, recién llegado prácticamente a Sevilla después de abandonar Mallorca tras quince años,  y de pronto todas las empresas cerrando, anunciándose un ERTE detrás de otro, y yo sin opciones de hacerme un hueco, darme a conocer y encontrar un nuevo trabajo, sin contactos...

Así que sí, necesitaba un chute de energía y viento fresco, y sobre todo un lugar donde pudiera conectarme, vaciarme y rogar...; no se me ocurría mejor escenario que volver de nuevo al Camino de Santiago, o me iba a volver loco sabiendo que más de una vez me vi superado anímicamente. Pero además tenía necesidad de tomármelo como una promesa, un sacrificio, hacerlo por mi madre, para pedir, como hago en todos los caminos, que se recuperase del tiempo perdido, que regresara la lucidez que se llevó la pandemia, y si para eso el billete a pagar tuviera que ser un camino duro, ULTREIA ET SUSEIA!!

Efectivamente, opté por el Camino Inglés desde Ferrol a Santiago, y alargarlo además para realizar a continuación el Epílogo a Finisterre, donde estuve por primera vez con mi madre en una excursión de vacaciones, un día de verano que parecía de otoño cerrado cubierto de niebla, y donde me prometí allí mismo que volvería de nuevo, pero caminando... (puedes leer las publicaciones de cada una de las etapas de este camino en este mismo Blog: ARCHIVO ENTRADAS > Septiembre 2020)


Iba a ser un camino cargado de rogativas, donde quería que mi madre tuviera presencia y me acompañase de algún modo, así que quería preparar con ella algunos objetos que hubiesen pasado por sus manos, que portasen su energía, me acompañasen en el camino y se quedasen en algunos puntos de este. Y de este modo, ojeando Facebook un día cualquiera, llegó a mi una interesante publicación con una imagen de la RUNA JERA que yo desconocía, (imagen que acompaña el inicio de esta entrada) y su significado...

Las runas forman, a través de diferentes signos, un alfabeto muy antiguo que se utilizaba para escribir y realizar rituales adivinatorios. La que a mí me llegó en el momento adecuado significaba "Recogerás lo que siembras", frase que se me quedó grabada al momento y que venía acompañada de recomendaciones para "tener cuidado con los pensamientos, empezar a manejar bien el mental y cuidar que las acciones coincidieran con las devociones". La publicación invitaba además a dibujar la runa en una piedra pequeña, manejable para llevarla encima, entre otras posibilidades. Definitivamente, la runa Jera me tenía que acompañar al Camino de Santiago... 

Como una actividad más a compartir con mi madre, escogimos unas cuantas de las mejores piedrecitas blancas para decorar macetas que ella acumulaba en un lebrillo de barro grande, revueltas entre conchas y caracolas de muchos paseos a la orilla del mar en Conil de la Frontera. Les dibujé la runa Jera, que luego barnizábamos con su laca de uñas transparente para que no se borrara, y las conchas más bonitas seleccionadas, incluidas una elegida por ella, mi hermana María Jesús y yo, las agujereamos y engarzamos en cuerda de cáñamo. Este tesoro lo iría depositando a lo largo del camino donde sintiera que debía dejarlo. Y digo tesoro porque eso era para mí en ese momento, que hasta tuve que regresar a Olveiroa en el Epílogo a Finisterre habiendo caminado ya un trecho cuando creí que había perdido el estuche donde los guardaba en el cambio de mochilas que hice en Casa Loncho.



Depositar una de las piedras o colgar una de las conchas en el lugar adecuado era todo un ritual para mí. Con cada ofrenda iba entrelazada una petición con una única protagonista, y era una manera de intuir que mi madre estaba en ese momento conmigo, que si su cabeza no le arrebatara fuerzas, a ella que tanto le gustaba viajar y tanto disfrutó de nuestro viaje a Galicia, seguramente estaría caminando conmigo. De hecho siempre pensé que mi pasión por Galicia me viene de ella, y seguramente el segundo apellido de su padre, Carballo, tiene mucho que ver en ello, y que si hay una gota de genes gallegos en mi familia, estos los he heredado yo de entre todos mis hermanos.

Nunca pensé, por supuesto, que las piedras o las conchas fuesen a permanecer en ese mismo lugar donde los dejé para toda la vida. Se pudrirían las cuerdas y se descolgarían las conchas, empujadas por el viento o por otras que ocuparían su lugar caerían las piedras. Pero allí permanecerían, sembradas, y aunque nunca las volviera a encontrar si regresara, ni mi madre recordase que las elaboró, yo sí se donde las dejé un día.

¿Y por qué motivo estoy redactando esta entrada?.  Hace unos días una peregrina que acababa de finalizar el Epílogo a Finisterre, colgaba en un grupo en Facebook una foto de un pañuelo de cuello que dejó atado en algún lugar del cabo del fin del mundo. Para colmo, en la foto se veía una pequeña cacerola que alguien dejó, seguramente usada para cumplir, de forma simbólica y controlada,  con la tradición antigua de quemar tus pertenencias al llegar a Finisterre, y que abandonaría para que pudiera ser utilizada por otros en lugar de quemar algo en un entorno donde ya se han producido incendios. 

Quizás el único error de esta peregrina fue  comentarlo poéticamente en lugar de ser sincera, pero ya era tarde, cayendo en manos de la jauría de aquellos que dedican su vida a vigilar, juzgar y despotricar de "to lo vivo" en los grupos del camino, los que ponen el grito en el cielo porque alguien haga el camino en bicicleta, o que encima esta sea eléctrica, en una publicación donde un peregrino pide ayuda porque se la acababan de robar en el último albergue (¡como si se lo hubiese merecido!); los que ponen el ojo y la pulla en la maleta que aparece en la foto de alguien que retrata los bártulos que con toda ilusión ha preparado para cruzar el océano Atlántico y venir a nuestro país para realizar el Camino de Santiago (en sus mentes no hay lugar para pensar que la mochila va dentro, y que quizá aproveche un viaje tan largo para conocer nuestro país, aprovechando todas las facilidades que hoy se ponen al alcance de los peregrinos para guardar o mover su equipaje); los que en lugar de empatizar y ayudar, ven en el recién llegado al grupo que repite pregunta y que intenta integrarse en la comunidad, a alguien que seguramente solo tiene afán de protagonismo y busca postureo; los que desmoralizan a un peregrino que lleva años ahorrando para costearse un viaje que a través de miles de kilómetros le permita dedicar una semana disponible de su vida para hacer el tramo Sarriá- Santiago, y solo recibe desprecio por no empezar en Roncesvalles o más allá de los Pirineos; o la que viene a contar al personal, ya ves tú qué necesidad de provocar, que ha hecho el camino, que le parece absurdo, que le importa un bledo el Santo y que se ríe de aquellos que portan credencial y "sellitos" (¡vaya usted con Dios!). 

Lastimosamente, algunos foros están dejando de ser lugares de encuentro y apoyo mutuo gracias a gente exacerbada y con el gatillo muy flojo que todo lo contaminan con el tufillo de lo que es ser mejor o peor peregrino. Estos personajes acabaron derrumbando a la chica que dejó su pañuelo en el Cabo de Finisterre, obligándola a dar explicaciones y finalmente confesar que perteneció a su hijo recientemente fallecido, al que dedicaba su camino, y que realmente no lo dejó allí atado porque no fue capaz de desprenderse de él...

De estos peregrinos "cinco jotas", me indignaron sobremanera dos, hombre y mujer,  que se jactaban de destruir esos puntos donde la gente depositaba sus ofrendas personales, o de tirar a bastonazos las piedras que otros acumulaban. Lo peor es que mencionaban que además disfrutaban de ello con sus gestos, justificándose en la socorrida excusa del ecologismo y la basuraleza.

Independientemente del credo de cada uno, si es que se tiene credo alguno, a mi jamás se me ocurriría tirar, romper, ensuciar o tan solo despreciar, un objeto personal cargado de energía que alguien ha depositado con tanta fe en un punto que para esa persona es sagrado. Puede ser una foto de un soldado americano fallecido, de una madre, un padre, un hermano, una pulsera, un colgante, un crucifijo, una carta dirigida al cielo, una piedra pintada a mano, una concha que me ha acompañado en mi camino o que perteneció a ese peregrino que no pudo terminar su peregrinar porque falleció en el intento. 

Siglos de camino en los que las ofrendas, velas, reliquias y Ex Votos siempre han convivido con respeto, y estamos en 2022 en un momento donde se cuestiona y se critica todo: cómo caminas, cómo vistes, qué llevas en la mochila, cuánto dejas en la caja de donativo, si avisas o no avisas de un infortunio o una mala experiencia para que a otro peregrino no le pase, si empiezas antes o después, si llevas más o menos peso en la mochila, si haces 10 o 40 kms cada día, si buscas soledad o debes ir en grupo... y hasta he llegado a leer un artículo que pone el ojo avizor en las placas, cruces o hitos que recuerdan en el camino a peregrinos que han fallecido en su peregrinar antes de llegar a Santiago, porque el Camino se va a convertir en un cementerio gigante.




Obviamente no todo puede estar permitido, y se espera sentido común (que no siempre se impone) a la hora de hacer una ofrenda de este tipo en entornos naturales como los que atravesamos. Una botella de plástico vacía, una mascarilla que ha cubierto tu boca,  una lata de cerveza, o un paquete de tabaco (que si es para que te ayude a dejar de fumar, tendría más sentido si lo hubieses dejado lleno...) son otra falta de respeto al igual que la que cometen aquellos que destruyen esos altares efímeros. Si queremos que no se desborde la acumulación de ofrendas, es cuestión de ordenar y educar, pero nunca de destruir sin más porque no se comparta el mismo sentimiento. 

En Fátima existe una pira para absorber todas aquellas miles de ofrendas en forma de velas o Ex Votos que no caben en el lugar habilitado para ello, y hay repartidos pequeños contenedores a modo de buzón por todo el recinto para recoger las peticiones de los devotos. En el Templo Blanco de Tailandia, ponen a la venta a un precio simbólico unos bellos colgantes de aluminio donde la gente escribe sus peticiones, que colgarán después en una especie de árboles de hierro recolectores de donde se recogen después por personal del Templo para colgarlos del techo de unas pérgolas habilitadas para ello que rodean todo el recinto, formando una decoración original y preciosa. Dudo de que a algún español se le ocurra en este lugar liarse a bastonazos con todos estos deseos que cuelgan, o que le metan mano a una caja de dulces ofrecida por alguien en un altar de un templo de Vietnam, pero en España sí nos tomamos la libertad de hacerlo y nos jactamos de faltar el respeto, y siempre es hacia los que creen en algo con lo que no comulgamos o no entendemos. Seguramente, y además, aprovechándose de la soledad del momento en el sendero para llevar a cabo tan penoso y cobarde acto.

A raíz de la muerte de la Reina Isabel II de Inglaterra, me llamó la atención una noticia que se hacía eco de que la Casa Real había pedido a los ciudadanos que sólo dejasen ramos de flores, pero sin embalajes de plástico ni elementos de otro tipo, ya que su intención era hacer compostaje con todos esos ramos dejados delante de los palacios con los que abonar los jardines. Un gesto el de la ciudadanía que perduraría así en el tiempo y redundaría en algo beneficioso. Esto trajo de nuevo a mi cabeza una idea que me rondó cuando supe que eran muchas las veces que tenían que hacer limpieza en el Cabo de Finisterre y recoger cientos de pares de botas que muchos peregrinos abandonaban al no poder ser ya quemados como se hacía antiguamente con los ropajes. De esta antigua costumbre queda como homenaje esa bota de bronce sobre una roca que todos hemos fotografiado. Pensé entonces que si se habilitara un contenedor específico y se hiciera saber que esas botas serían recicladas para convertirse en asfalto que pavimentara las calles y carreteras de Finisterre a Muxia, como ya se reciclan y transforman en asfalto los neumáticos desechados, seguramente los peregrinos se habituarían rápida y gratamente a ello, sabedores de que simbólicamente sus botas permanecerían para siempre en el camino. 

Sea como fuere, no he visto en mis caminos ningún lugar donde la acumulación de ofrendas o muestra de aliento hacia los peregrinos fuera preocupante como para causar daño al entorno o lo conviertan en un punto negro y contaminante. Son muchos los puntos habilitados en diferentes caminos para recoger en un solo lugar estás expresiones de devoción popular que no desentonan en un camino eminentemente espiritual y religioso, ofrendas que con el tiempo y obviedad alguien o alguna institución se encarga de ir retirando para dejar espacio a otras nuevas, sin necesidad de pregonar cómo se hace ni mucho menos cuán divertido es hacer daño y destruir aquello que alguien dejó como una parte de sí mismo o de una persona cercana, con todo el valor y respeto que se le presupone a esa esfera. Pero como afirmaba también uno de esos peregrinos veteranos que habitan en el camino, y que afirmaba haber visto a peregrinos rompiendo improvisadas cruces de madera que cuelgan de algunas vallas o poniéndolas del revés, "por el Camino también transitan demonios", o desde mi punto de vista, simple y terrenalmente, "mala gente". Pero a estos, una advertencia: recuerda compañero/a, RECOGERÁS LO QUE SIEMBRAS.

Buen Camino!

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