7a ETAPA CAMINO DE SANTIAGO FRANCÉS (DESDE ASTORGA): TRIACASTELA - SAMOS (9,69 Kms).

29 de octubre de 2022.

Cuando suena el despertador ya ando un rato intentando volver al mundo de los sueños, esa fase que se hace tediosa a veces, sobre todo cuando tienes que ir a trabajar, en la que tu cerebro se ha acostumbrado a la hora de despertar y te devuelve al mundo real minutos antes de que la alarma suene, pero que en el camino, en el que al menos en mi caso no hay prisa por salir de la litera, se tolera con el mismo gustazo del que se acuerda de que es fin de semana y se le ha olvidado desconectar la alarma del móvil. Para entonces ya están los compañeros/as de habitación de aquí para allá arrastrando chanclas en penumbra e intentando hablar bajito por empatía contagiosa sin percatarse de que todos estamos ya despiertos. Continúa lloviendo, ha estado así toda la noche y se siente sobre el tejado y tras el ventanal de la habitación, aunque para verlo hará falta asomarse al cristal y mirar hacia la farola más cercana para que refleje la lluvia y la intensidad con la que se deja caer al vacío, pues aún está oscuro. Se despiden de mi David y Celine, y quedamos en vernos en el Monasterio de Samos. No tardo mucho en quedarme sólo en el albergue tomándome mi tiempo para lavarme, vestirme y poner en orden la mochila, con cierta pereza al saber que deberé caminar de nuevo con las botas, que me hacen daño, y el poncho. Me apetecía hacer esta corta etapa de hoy con calma y disfrutar del paisaje, pues este tramo es nuevo para mí en este camino como lo fueron las etapas hasta Ponferrada. Espero que en el transcurso del día la cosa mejore aunque sea a ratos largos. Las botas y mis plantillas se han secado lo suficiente para hacerme confortable su uso, me encargué de ello cambiándoles hasta tres veces el papel de periódico que les metí en su interior. De hecho la estantería de las botas parecían un taller de reciclaje de prensa Ibérica. En el perchero de la planta de abajo junto a las escaleras esperan colgados mi poncho y mi chaquetón, este último aún algo húmedo del día anterior. Me llama la atención algunas otras prendas de lluvia allí colgadas de las perchas, imagino que olvidadas en días anteriores por peregrinos que al día siguiente no se encontraron jornada de lluvia y olvidaron la indispensable prenda que aquí colgaron para secarse. O eso, o varios peregrinos seleccionados han desaparecido esta noche lúgubre de lluvia y viento del albergue y nadie los echa de menos...; Siento un ruido en la parte de arriba, ¿no estaba sólo?. En la habitación no hay nadie, pero las sábanas están todas amontonadas: se trata de la empleada encargada de poner orden y limpieza al albergue. De otra de las habitaciones surge una voz en coreano que habla con alguien. Mira por dónde aparecen los dueños de las prendas del perchero, se acabó la inspiración para la novela que estaba empezando a dar vueltas en mi cabeza, y descubrí además que no soy el único que gusta de ser el último en los albergues y caminar con la luz del alba, que el frontal de luz en la frente está para emergencias, no para caminar a oscuras mirando al suelo y perderse el paisaje...

Una vez tengo todo listo, y rellenada la botella de agua en la cocina, salgo por fin a la calle. Multitud de hojas secas se amontonan en la puerta lateral de salida que las arrastra cuando abro hacia afuera, como si esta llevara mucho tiempo sin abrirse. Continúa lloviendo pero no me he puesto el poncho, mi intención es pararme a desayunar en el primer bar abierto, y esta oportunidad se da a muy pocos metros del albergue y a pie de camino, en el Complejo Xacobeo, donde antes que yo ya han parado otros tantos peregrinos. Un día como hoy se apetece un café grande calentito y cargadito de café, y unas buenas tostadas de mantequilla y mermelada que me sirvieron en ración generosa de rebanadas y que no fui capaz de terminarme. Me ha apetecido ponerme el sello de este establecimiento en la credencial, pues me ha gustado el desayuno y la amabilidad de buena mañana, porque los madrugones no sientan bien a todos.

He pedido ayuda para ponerme el poncho, como no podía ser de otra forma, y allá que voy bajo la lluvia y caminando lento calle abajo intentando otear los dos mojones que se plantan ante ti para ponerte en la tesitura de elegir entre caminar por San Xil o caminar por Samos para dirigirte a Sarria. Recuerda que la variante por San Xil es 6 kms más corta, ¿pero compensan esos kilómetros de más si nos decidimos por Samos?: lo descubriré entre hoy y mañana. Yo ya conozco la variante de San Xil, que hice en 2019, cuando Triacastela fue lugar de paso desde Fonfría, en un día de frío intenso pero al menos soleado. Hoy me anima saber que seguiré una ruta nueva y que culmina en esta atrayente localidad, donde podré pernoctar por fin en su famoso monasterio benedictino en el que aún laten los rezos y la clausura.

Camino muy despacio, estas botas me están resultando un suplicio para los dedos meñiques y al pisar mal, aunque lo quiera evitar, me duelen los pies en toda su morfología. No hago más que pensar en el momento en que estos entren en calor y se me amolden al caminar, como cada día, pues es la única forma en que me puedo olvidar más o menos de ellos. 

El camino nos dirige al arcén de una carretera durante largo tramo. A veces miro hacia atrás, porque tengo cierta sensación de soledad. Está lloviendo muy fuerte y el poncho se me pega al cuerpo con el viento que empuja hacia el lado opuesto de mi camino y hace que se me empapen los pantalones. A veces pasa algún coche junto a mi por la carretera y me imagino que la visión que les ofrezco apareciendo de la nada entre la lluvia y el viento debe ser fantasmagórica. Normal que nadie coja esta ruta en un día como hoy, pues si solo se trata de conocerla de paso hacia Sarria, no tiene mucho sentido hacer más kilómetros con este clima para no disfrutar del paisaje. Paso por algunas pasarelas de madera donde resbalan los bastones. El arcén es duro y yo para el comienzo necesito un suelo algo más blandito, pero a pesar de la lluvia, el viento y el dolor de los meñiques, levantó la cabeza y el entorno me encanta. El Río Sarria u Oribio ya nos acompaña ahí abajo. Puedo entrever entre la maleza algunos pequeños senderos que bajan de la carretera hasta la zona del río, y si el día acompañara, por allí que bajaría a investigar, sobre todo por algunas zonas que  parecen como viejas construcciones de ladrillo antiguo en la ladera que soportan el terreno y la vegetación y no sé muy bien qué son.


La primera gran sorpresa de esta variante nos la vamos a llevar cuando lleguemos a  San Cristovo do Real, bajando un estrecho camino desde la carretera que nos adentra en un solitario pueblecito encajado en la naturaleza, y que desde un pequeño callejón a la derecha, si no te descuidas y pasas de largo, te va a llevar a un precioso y bucólico remanso de verde y agua con pequeñas cascadas. El lugar es para sentarse un rato en silencio y dejarse llevar por los sentidos y los sonidos del agua. Si te has pasado el acceso por el callejón, no pasa nada porque más adelante vas a tener que cruzar el mismo río por un puente de rojas barandillas metálicas desde el que tendrás otra perspectiva diferente del mismo entorno, o como yo, vas a volver a sacar el móvil para hacer fotos. La tranquilidad del momento la interrumpe un taxi que me adelanta por la estrecha calle y al que tengo que dejar pasar. Por la ventanilla me mira sonriente una señora mayor. Me pregunto si será alguien que vive en este apartado lugar, aunque más adelante pude comprobar que no era más que, como es natural en estas fechas, una buena señora que viene a poner flores a sus parientes en el pequeño y viejo cementerio del pueblo que queda a pie de camino, y aún lloviendo, allí iba la señora, protegida por el paraguas del taxista, a hacer lo que pudiese por la húmeda morada de sus familiares, como mínimo dejando testimonio de que no han caído en el olvido, aunque las circunstancias actuales obliguen a vivir en municipios más grandes y alejados del pueblo de toda la vida.

Pasado el cementerio nos adentramos en un precioso sendero de enormes castaños que se eleva un poco sobre el terreno colindante que queda a la izquierda. Abajo, de la nada, dos personas bajo la lluvia, cubiertos de un poncho como el de los peregrinos, que agachados otean el suelo recogiendo castañas. De hecho casi todos los castaños de la finca tienen extendidos una especie de redes a su alrededor. Qué ingrato trabajo debe ser este, hasta completar un saco de castañas para ganarse el sustento ...; Me sorprende encontrar aquí un desvío a modo de estrecho carrilito a un albergue público de la Xunta llamado Casa Forte de Lusio. Desconozco si estará abierto, pero el edificio que veo a lo lejos como un caserío o cortijo blanco y el entorno, estoy seguro que merecen una parada para pernoctar en este hermoso y tranquilo lugar, aunque te tengas que pertrechar de víveres antes de aislarte aquí.

Al llegar a Renche, y aprovechando que había amainado la lluvia, entré al cementerio  para ver si la Iglesia se encontraba abierta. El viento había hecho estragos sobre los arreglos florales que algunos vecinos habían colocado ya a las tumbas ante la cercanía de la Festividad de Todos los Santos. Con permiso de quienes fuesen, yo intenté arreglar una maceta enorme de crisantemos a la que se habían tronchado algunas ramas llenas de flores, volviéndolos a enterrar en la tierra (espero que los tallos hayan agarrado) y puse en pie una jardinera. A la salida subí a un bar al otro lado de la carretera para tomarme un cortado calentito, pero lamentablemente se encontraba cerrado, así que me puse de nuevo en ruta hasta Lastres. En este punto me llegó un WhatsApp de Marta, la peregrina italiana, que me enviaba una foto muy contenta desde el mojón que marca el Km 100, así que aproveché para hacer lo propio desde donde estaba para mostrarle mi ubicación.

Continuamos atravesando pequeñas y solitarias aldeas enclavadas entre el frondoso verde de estas tierras, con el constante acompañamiento musical del río Sarria a nuestro lado. El río además nos vacila mostrándonos semiocultas cascadas o caídas de agua de difícil acceso o apartadas del camino, haciéndome sufrir por no aventurarme para conseguir llevarme la fotografía. El campo está precioso, esta humedad le viene genial y el verde brillante y mullido tranquiliza después de la escasez de agua que venimos sufriendo meses atrás, y que en algunas zonas del camino se manifiesta con bosques de helechos completamente secos. Me encanta esta variante desde Triacastela, que lluvia aparte, es un baño de bosque y bienestar mental desde el principio hasta el final y sinceramente me está gustando más que la variante de San Xil.

Me ha llamado la atención una característica de San Martiño do Real: en su caserío resalta el blanco de algunas fachadas y de su Iglesia, diferente al conglomerado de casas de vetustas fachadas de piedra y tonos grises o marrones al que estamos acostumbrados por el norte. Aquí me crucé con dos únicos vecinos cuando hacía largo rato que no me encontraba nadie, un señor y una señora que discutían sobre algún entretenido tema del que les distrajo mi buenos días. Algún cotilleo era, y este otro cotilla no pudo afinar más el oído mientras se alejaba, pensando que a lo mejor me estaba perdiendo algún drama vecinal digno de contarse en un subcapítulo aparte de esta publicación. 

Atento a tu caminar a partir de entonces, porque llegarás a un fantástico punto del camino que en tu imaginario estará a la altura de la primera visión de las torres de la Catedral de Santiago desde Omilladoiro, el Monte do Gozo o Sarela de Baixo, una panorámica desde las alturas del imponente Monasterio de Samos allí abajo, dueño y señor de todo el entorno, sobresaliendo al verde mar de la naturaleza y diluyendo cualquier mota en el paisaje que pretenda interponerse a soberana muestra de poderío. Por si pasas de largo, para llamar tu atención o ponerle la guinda a la escena que pretendes cuadricular en la foto, el viejo monasterio que ya sabe de tu aproximación peregrina, hará coincidir campanadas horarias, y si como yo piensas pernoctar en él, es su manera de decirte que a pesar del frío y la lluvia, ya estás en casa...


Ya no queda nada para llegar a Samos, y una cuesta abajo nos adentrará en la localidad aún cuando en algún momento parecerá que el camino nos desvía, o serán las ansias de llegar que me confunden. La importancia de esta localidad, que puede parecer erróneamente de paso para el peregrino, se manifiesta en una primera gran infraestructura a modo de casas rurales a nuestro paso. De hecho Samos cuenta con bastantes opciones de alojamiento para peregrinos y turistas que deseen buscar un remanso de paz o disfrutar del entorno natural, y una moderna oficina de turismo nada más cruzar el río en nuestro caminar. Yo he llegado lloviendo, y solo he tenido ojos para dirigirme al imponente monasterio y buscar la entrada del albergue. Aún así, cabezón que es uno, me paré junto al río para fotografiar el recinto monacal. No te ofusques si las fotos no son capaces de recoger la magnitud del edificio que tienes enfrente, algún sortilegio lo protege y no deja que se capte todo. Para dirigirme al albergue pasé primero por la entrada de la portería del monasterio, que se encontraba cerrada. Continué por la acera siguiendo la carretera esperando hallar el acceso, pero este no aparecía. Sobre la acera caían caños de agua del tejado en todo el largo lateral de la fachada y me bajé a la carretera. Casi cuando había rodeado la mitad del edificio, me topé con un pequeño surtidor de gasolina pegado al monasterio, y a continuación, la entrada del albergue. Luego supe, cuando salí a visitar el entorno, que antes de cruzar el río viniendo desde el camino, hay un camino peatonal a la derecha por una zona ajardinada con hitos explicativos de la historia del monasterio por la que se acorta camino hasta el albergue.

Nada más entrar, el suelo cubierto de periódicos para recoger el agua de los peregrinos que llegamos, y al levantar la mirada veo a David y a Celine despojándose de las botas que debemos dejar en las estanterías de la entrada, donde nos esperan ya, reciclados multitud de veces, bolas de papel de periódico para introducir en el calzado. Apareció ante mi por fin Pepe Soriano, el hospitalero voluntario que atiende el albergue. A Pepe lo conocí anteriormente hace poco más de un mes a través del foro del Camino Francés en el que participo en facebook, cuando se presentaba como el hospitalero que recibiría a los peregrinos las próximas semanas, hasta el 30 de octubre que finalizaría. Aproveché entonces para solicitarle amistad, y cuando pude cuadrar este mi sexto camino, en el que tenía claro que iba a parar en Samos, me alegré de poder hacerle saber que hoy 29 de octubre pararía por el monasterio y estaría a tiempo de conocerle y compartir un vino con él. 

Pepe dedica el tiempo necesario y personal a cada peregrino, para hacerlos sentar, acomodarse, ubicar el poncho en el tendedero, registrarlos, enseñarles las instalaciones e incluir algunas primeras reseñas sobre las características pinturas medievales que adornan las paredes y techo de la estancia principal. Yo dejo que atienda como se merecen a David y Celine y espero sentado, para después poder conversar con él mientras me registra. Escojo una litera a continuación de las de David y Celine, para estar juntos en esta enorme y única habitación en la que de momento éramos los únicos moradores junto a Pepe. He disfrutado de saber que me encontraba por fin aquí. Que no venga a este albergue quien busque wifi, un albergue moderno, calefacción y una ducha efecto lluvia. Este lugar de acogida, que no se nos debe de olvidar es de donativo, te ofrecerá una cama lo suficientemente cómoda, mantas limpias y una ducha caliente en un único,  enorme y limpio baño compartido con duchas y sanitarios. Es un lugar un poco desvencijado, con literas que recuerdan a las de un orfanato antiguo, pero a mí me parece hermoso así, que de esta forma encaja en este lugar y no le pondría un solo "pero". Al pié de mi litera, una silla como las de cocina de los años sesenta que tenían en casa todas las abuelas, de esas que al arrastrar hacían un ruido metálico que retumbaba por toda la casa. El baño lo preside una enorme ventana que da al exterior y que a pesar del frío me daba pereza cerrar para así poder escuchar llover mientras nos duchábamos. Hasta los portarrollos de papel higiénico se mimetizan con la edad del lugar, pues son de aquellos de plástico con apertura superior dentada para cortar el papel que existían en todas las casas cuando era pequeño. Tuve que pedir a Pepe ayuda porque había vuelto a olvidar mi bote de gel de baño en la ducha del albergue anterior, y me regaló una pequeña pastilla de jabón de Heno de Pravia que a mitad de la ducha se me cayó y desapareció por el enorme sumidero. Menos mal que, como yo, alguien olvidó un sobrecito de gel sobre el pulsador con el que me apañé para finalizar.



Finalizada la reconfortante ducha y por fin con ropa seca y cómoda, me preparé para salir a comer al restaurante que hay justo enfrente del albergue. Pepe aprovechó también para subir a comer con los monjes. David y Celine comieron algo en el albergue. En el restaurante, llamado Tras do Convento, tiré del menú estándar para comer: lentejas, filete de ternera con patatas y flan casero de coco, acompañado de un cortado. Cuando acabé, y a pesar de que aún llovía, decidí seguir los consejos de Pepe y acercarme a visitar la cercana capilla que se presupone fue el origen del Monasterio, y el Ciprés centenario que está junto a él. La capilla, del siglo IX, es uno de los pocos ejemplos de arte prerrománico que existen en Galicia. A sus piés, un ciprés mediterráneo de más de 27 metros de altura al que se le atribuyen ni más ni menos que 500 años de edad. Existe un dicho popular en el Monasterio para los peregrinos que dice que "quién da un abrazo al Ciprés, llega a Santiago sin mal de piés": no hizo falta que nadie me obligara teniendo como tenía mis sufridos dedos meñiques, uno de ellos ya huérfano de uña, y le di un abrazo enorme esperando que me bendijera con su indulgencia para caminar mejor hasta Santiago de Compostela. Verás que del tronco del Ciprés cuelga una especie de lona que no es ningún acto de vandalismo, sino una especie de apósito gigante que lo protege de los daños que le produjo un rayo.





Continué mi paseo por los alrededores del monasterio, para tener una visión de sus enormes medidas, intentando adivinar qué estancias habría detrás de casa una de sus ventanas, y si estas estarían en uso, cómo estarían decoradas o qué antigüedades atesorarían. Creo que a este edificio le deben sobrar espacios en su interior para poder ofrecer un albergue aún más auténtico a los peregrinos, independientemente de la parte ya dedicada a Hospedería Externa para el público general de la que se puede disfrutar hoy día, con pensión completa incluida. En el paseo, como ya comenté, hay interesantes paneles que te explican o amplían información sobre algunas infraestructuras o aspectos interesantes del monasterio, su devenir y su vida diaria, como la construcción apartada de las antiguas cocinas para evitar incendios hoy convertida en palomar, su botica y el huerto donde recolectaban las plantas que surtían su particular farmacia repleta de conocimientos y recetas milenarias, el acueducto para llevar hasta el recinto monacal el agua de un cercano manantial, o detalles curiosos como que a los monjes, por su condición, no se les permitía ser médicos, pero sí boticarios, y a ellos acudían todos los vecinos del pueblo a tratar de conseguir remedios naturales para sus males.







Después de este provechoso paseo para bajar la comida, era el momento de regresar al albergue para una siesta reponedora antes de la visita guiada al monasterio que tendría lugar por la tarde. Hay varios horarios disponibles, pero siguiendo la recomendación de Pepe, escogimos la de las 18:00, que era la última y nos dejaba en la Iglesia al final de un recorrido  interior justo para asistir a la Misa del Peregrino. Cuando llegué al albergue, Pepe me tenía reservado un trozo de empanada de su almuerzo por si quería comer, pues no sabía que había ido al restaurante. Este hombre es un buenazo, amante de su labor desinteresada de atención al peregrino, y nos lo demostró con creces. Mientras dormíamos la siesta dispuso todo para que no nos molestase la luz ni ruido alguno, encargándose de despertarnos con tiempo para acudir a la visita guiada cuyo punto de encuentro era la Portería. Quedamos con él en que después de la misa nos encontraríamos en un bar de la localidad llamado Abadía. Él tiene amistad con el dueño, y a pesar de que no tienen cocina por la noche nos van a preparar algo específico para nosotros, y así aprovechamos para compartir un rato distendido y conocernos todos. 

Me adelanté a David y Celine para esperarlos en la Portería. Ya había un reducido número de personas esperando o comprando en una tienda que hay a la entrada, de productos comercializados por el Monasterio, souvenirs o artículos religiosos, y que se abre solo instantes antes. En el mostrador de la tienda es donde debes comprar la entrada para la visita, a un precio de 5 €. Y algo muy importante: no olvides acudir a la visita con tu credencial, porque aquí te pondrán uno de los sellos más grandes y bonitos de todos los caminos de Santiago. Al poco llegó el monje que se encargaría de recibirnos y guiarnos en el recorrido por las estancias que se pueden visitar. La tarde está más oscura de lo habitual por lo nublado del día y las diferentes estancias no cuentan con luz artificial, por lo que el ambiente es bastante especial para caminar por un recinto de estas características. Nos mostraron sus dos claustros, el grande (con el monumento al Padre Feijoo como protagonista) y el pequeño (en el que destaca la particular fuente de las Nereidas y la nervatura de sus pasillos), una recreación de la antigua botica, las preciosas pinturas murales del primer piso que recrean la vida de San Benito y por supuesto su Iglesia monacal, un majestuoso edificio que se nos presentaba oscuro, viéndose realzados con la luz justa sus retablos, el órgano con sus casi 4000 tubos y la cúpula. Me llamó mucho la atención la Cruz que en el altar parece que flota en el aire. Así pudimos embelesarnos un rato los afortunados visitantes que llegamos a este punto desde dentro y pudimos ocupar espacio en sus bancos mientras abrían las puertas del templo para el resto de feligreses, que realmente fueron casi nulos. En la misa participaron parte de los escasos monjes que aún hoy componen esta comunidad en el Monasterio de Samos, dos de los cuales me parecieron bastante jóvenes por lo que no está todo perdido en cuanto al futuro de estos retiros monacales.




















Al finalizar la misa, cuando ya se había marchado todo el mundo,  vivimos un momento mágico gracias a David, que se acercó a uno de los monjes para preguntar por la posibilidad de obtener un rosario con el que quería obsequiar a Celine. Al no disponer de uno en ese momento, uno de los monjes pidió a otro que lo acompañaran a la tienda, ya cerrada, para que eligiera uno que le iban a regalar. Nos permitieron a Celine y a mi acompañarlo, pero lo que no esperábamos es que el recorrido hasta la tienda, que por el exterior desde la Iglesia era solo de unos metros, se realizaría por el interior del monasterio haciendo en parte el recorrido de la visita pero a la inversa, con la Iglesia monacal, pasillos y demás completamente a oscuras, en solitario y en silencio, acompañados solo por la poquita luz que el anochecer nos dejaba y el sonido de la lluvia que se colaba por los claustros. Nos asustamos (los peregrinos, no el monje...) cuando en uno de los claustros se nos apareció la silueta de una persona que se aproximaba en la oscuridad: era la cocinera, que marchaba finalizadas sus labores. En la tienda yo aproveché para comprar un modelo de rosario de San Benito que era el último que quedaba, y David me regaló además una pulsera roja de siete nudos franciscanos que me llamó la atención y que llevo en mi muñeca izquierda.

Muy satisfechos por esta jornada que habíamos vivido, nos dirigimos después al Bar Abadía, donde ya nos esperaba Pepe. El establecimiento lo regenta Mariano, que nos preparó un par de mesas en un salón en la parte de abajo donde estuvimos solos, con ventanal que permitía ver el río Sarriá rozando las paredes del restaurante como si de una calle más se tratase. Mariano nos ofreció una enorme bandeja con un surtido de queso e ibéricos, y otra con unas buenísimas patatas fritas caseras y huevos fritos camperos de la que tuvimos que repetir de tan bueno que estaba y el hambre que nos daban. Creo que cada uno salimos a tres o cuatro huevos fritos, por supuesto, acompañados de buen vino y animada conversación en la que Pepe tuvo un papel protagonista. Tras esto, subimos a la parte de arriba para compartir con Mariano un par de rondas de chupitos enormes para degustar licores caseros de la zona. Así he descubierto la "tostada" el siguiente licor del que me gustaría tener una botella siempre en casa, después del licor de hierbas dulces mallorquinas. 




Ha sido una noche memorable en la que he disfrutado como un niño chico y me he reído una barbaridad, uno de los dos  momentos de este camino que nunca voy a olvidar. Nos fuimos a dormir felices y contagiados de risa después de un último chupito en el restaurante donde yo había almorzado, y con Pepe ya tengo sobre la mesa la propuesta de hacer algún camino juntos.

Mañana continúo hasta Sarria, con cierta nostalgia pensando en los días que han pasado ya, y espero que la magia no se acabe antes de llegar al punto de inicio de muchísimos peregrinos que van a aprovechar este puente del 1 de noviembre. Ahora toca disfrutar del silencio, agudizar el oído por si llega algo interesante del interior del monasterio, y coger el sueño ..

Buen Camino!

INFORMACIÓN PRÁCTICA Y ENLACES:

Rúa do Peregrino, 1 (Triacastela)
+34982548488
+34699504958

Rúa do Peregrino, s/n
+34982548087
+34660396811

Avda. de Compostela, 1
+34982546046
info@abadiadesamos.com



Rúa do Salvador, 1 (Samos)
+34982546051

Avda. Compostela, 20 (Samos)
+34982546184



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Chat: contacta a través del chat, envía fotos y vídeos y obtendrás una respuesta inmediata desde el centro de Policía o Guardia Civil más cercano a tu posición.

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Guardián: comparte tu posición con los tuyos o con los servicios de rescate. Tu posición será enviada periódicamente para que puedas ser localizado rápidamente en caso de incidente.

Avisos localizados: recibirás un aviso en tu móvil si hay una emergencia de seguridad en la zona en la que te encuentras.

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Comentarios

  1. bueno, bueno, otra vez me he emocionado al leerte. Yo soy como tú, intentando descubrir el último rincón que fotografiar, no quiero perderme nada (tampoco me gusta salir a andar aún siendo de noche por lo de perderme el paisaje).
    Que ganas de estar ahi, incluso lloviendo (que diferencia con nuestra querida Andalucia).
    Y una cosa que has conseguido es convencerme de tirar por Samos cuando el año que viene emprendamos el trayecto final de nuestro primer camino completado.
    Saludos desde Málaga!!!!

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